lunes, 8 de abril de 2013

LA BARBA DEL VECINO

No es mi botijo un botijo cualquiera.  Se trata de un botijo viajado y leído, muy culto y con una exquisita educación.  Ayer mismo me comentaba los recuerdos que tiene de un Portugal melancólico y decadente, del sabor dulzón de sus ciudades, sus calles y sus edificios que le hace parecer más una colonia que la metrópoli.  Me hablaba de la sencillez y laboriosidad de sus gentes.  Del poso que ha dejado en sus tierras el paso de tartesios, celtas, fenicios, cartagineses, griegos, romanos, suevos, visigodos, musulmanes, judíos y otros pueblos.  De como durante los siglos XV y XVI fue una potencia mundial tanto en lo económico como en lo social y cultural.

Ante mi asombro, me aclara que son, sin duda, vestigios de alguna de las muchas vidas anteriores que me asegura ha tenido.  Aunque nunca oí hablar de la reencarnación del botijo, comienzo a pensar que de verdad tiene alma.

Viene al caso esta exposición porque no entiende, y confesaré que yo tampoco, cual es la razón que hace que los ciudadanos españoles nos empeñemos en no querer ver la barba del vecino a remojo con lo que ello significa.  Efectivamente nos empecinamos en creer que vivimos en una isla a salvo de las contingencias que puedan asolar el continente y, faltaría más, recurrimos una y otra vez al consabido "España no es Portugal".  Negamos la previsible consecuencia de unos acontecimientos que ya se han producido en otros países.  Presunción que pagaremos cara, las facturas siempre llegan.

En un país con la clase política más corrupta de su historia, con unos ciudadanos adictos al valium que los adormece hasta límites insospechados, con una juventud bien formada que busca en atraque en puertos lejanos, con una sanidad pública en proceso de desmantelamiento, con un poder judicial que a duras penas consigue esconder sus miserias, con un Congreso blindado policialmente como si estuviéramos en un estado de excepción, con víctimas criminalizadas y criminales victimizados, con 5 millones de parados y subiendo, con contenedores de basura revueltos y requeterevueltos a la caza del desperdicio aprovechable, con todo esto y con mucho más ¿podemos seguir manteniendo que España no es Portugal?  Tal vez sea Portugal la que no quiera ser, ni en pintura, España.

Asi nos va, y lo que nos queda.

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