Sucede a veces que uno no sabe si resulta conveniente relatar
algo que le está sucediendo o si, por el contrario, es más prudente buscar en
el cajón de los olvidos un hueco en el que dejarlo a buen recaudo. En esta encrucijada me encontraba hasta hace
unos momentos, considerando también la posibilidad de acudir a la Comandancia
de la Guardia Civil más cercana o al
psiquiatra de guardia.
Finalmente, con pulso tembloroso, he decidido relatar un
suceso realmente notable: el botijo que
tengo en casa, me habla. En ocasiones lo
hace cuando está aparentemente dormido, como hablando en sueños, pero también
lo hace cuando considera que algo merece ser comentado. Con la misma soltura se refiere tanto a la situación
política como a las últimas y escabrosas fotografías del famosillo de turno.
Me turba profundamente que domine las leyes de la
termodinámica y que, además, sepa aplicarlas en la práctica. Me cuenta que tiene ese conocimiento alojado
en los recovecos de los poros de la arcilla que le da forma y que ha pasado a
integrarse en el inconsciente colectivo de su especie. Me dice que su especie se ha empapado de
culturas y licores durante milenios, que eso le da un bagaje cultural,
artístico y emocional que para sí querrían muchos humanos. Osa poner en duda la teoría de la evolución,
basándose en que nunca llegamos a bajar del árbol.
En fin, me turba, me turba mucho, me turba hasta su silencio.
Desde esta humilde tribuna os haré participes de sus
comentarios.
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